24/4/13

Furia. En honor a Ginsberg.

He visto los mejores paisajes de mi generación pudrirse en grandes desiertos secos, bolas de billar relucientes enceradas a diario, agua estancada insulsa cubierta de algas, verdes mucosidades pantanosas, pellejos de carne nauseabunda chamuscada con soplete.

He visto grandes páramos verdes, puros, frescos e impolutos, corrompidos por vastas montañas de mierda, amasijo de escombros revueltos, cementerio de trastos inútiles, pozos sin fondo llenos de excremento en caída libre, globos de gas hinchados hasta reventar, deglución espasmódica de aire perpetuo que crece hasta ser devorado por gusanos hambrientos que desfilan sin ser vistos por el subterráneo, esperando que cualquiera de esos siete mil millones cruce la línea, posavasos grotescos horizontales que se mueven por este mundo empujando sin pedir perdón, posavasos bufonescos que limitan de movimientos, que limitan mentalmente dejando caer un hilillo de baba viscoso.

He visto los mejores valles de este teatro que llaman vida recorriendo selvas vírgenes llenas de vegetación y de animales exóticos, atravesando ciudades y países enteros, llegando a otros universos fuera de la vía láctea, valles que se han dejado arrastrar por torcidas vías de ferrocarril, por garabatos de la mano rechoncha de cualquier pequeño, valles que han sido devastados con consentimiento propio por máquinas viejas que tosen el más negro carbón, valles de cristal iridiscente que se han dejado forzar hasta que todo se ha roto en mil, en millones de pedazos que quizá nunca vuelvan a juntarse.

He visto los mejores ríos, deltas y médanos, corrientes de agua viva deslizarse sin sentido por torpes cauces repletos de fugas, afluentes de dulce agua limpia que desembocan en tanques de vómitos y putrefacción tóxica.

He visto las estrellas más brillantes reírse sin parar, histriónicas, histéricas, como si fueran lunáticas sin mañana, viviendo en cielos hipócritas, en escenarios navideños de papel maché que se doblegan al entrar en contacto con cualquier líquido, queriendo nada y deseando tan poco, conformándose con el conformismo más patético, quedándose a medio recorrido o no llegando ni a la mitad, estrellas desesperadas que han gritado con toda su fuerza para perder su brillo, cayendo estrepitosamente por el precipicio de los voluntarios.

He visto auras que en algún momento tuvieron todos los colores del arcoíris, fenómenos ópticos que agradaban la vista y cambiaban el semblante, halo que rodeaba los terneros y emitía buenas vibraciones hasta que un día se convirtió en oscuro y místico, tenebroso, quemado, sombrío, borroso y complicado como en las noches de aliento etílico.

He visto rosas rojas llenas de pasión, doradas y moradas amapolas, prímulas coloridas, las flores más bellas marchitarse y secarse, pudrirse rodeadas de campos de malas hierbas, vacas que mugen sin cesar día y noche volviendo loco al cuerdo, flores que se tienen que buscar otro nombre, flores que ya no pueden llamarse flores se miran al espejo y se creen bellas y llenas de juventud, cuando el reflejo real es decrepitud en edad avanzada.

He visto playas que emocionan al sentirlas, de fina arena, agua cristalina y fondos coralinos llenos de vida, playas colonizadas por desiertos vastos, vacíos y llenos de muerte, ejércitos de años de sequía y soldados entrenados para arrasar todo a su paso, zombis psicólogos que comen cerebros sin terapia.

He visto altos picos nevados, imponentes cimas coronadas por famélicas manos que desnudas han llegado hasta arriba ¿Cómo te dejas escalar así, montaña? ¿Dónde quedó la fuerza de la naturaleza salvaguardando sus encantos para unos pocos privilegiados? Parece que te has rendido, parece que no quieres saber ya nada más.

He visto que se abren puertas como piernas y que calientan pero no dan calor, he visto brazos abiertos que agarran pero no dan abrazos, piernas y brazos, pinzas y putas, casas que no dan cobijo, rímel corrido, pintalabios grosero en vaso ajeno, ventanas del aliento que despiden un hálito desagradable, bocas que sonríen sin dientes y gimen de placer unidireccional envuelto en esas sábanas que cantan con voces de sirena y atrapan a los marineros más expertos.

He visto dar vueltas y más vueltas, me enredo en mi propio cuerpo y dejo que el líquido de la vida circule a través de él, entro y salgo en cada acto con las frases bien aprendidas y el púbico aplaude con gran fervor por la mejor actuación de la semana, levanta las manos y corea mi nombre y cuanto más lo hacen más se abre el pozo sin fondo y no tengo donde agarrarme. Y caigo, caigo, caigo.

He visto pasar noches del mismo rollo de película, monotonía nocturna que nos ciega por jarras y vasos, grandes y pequeños, alcohol que desliza por gargantas y quema organismos, toses de ultratumba que piden otro cigarro y ya van dos paquetes, voces rasgadas como las cabezas por dentro.

He visto escaleras sin ascensor, ruta directa a la perdición, estación de metro en hora punta, gente esperando su billete y su viaje de ida y muy probablemente de vuelta, bolsillos llenos que salen vacíos pero pesan más.
He visto pirámides de población, jóvenes y no tan jóvenes, tímidos, guarros, pervertidos vespertinos que no esperan que salga la luna para llevar a cabo sus pecados y así los disimule el manto de la noche.

He visto cocodrilos llorando con lágrimas de verdad, vírgenes rubias de largas melenas y poco honor que torean minotauros hasta convertirlos en dóciles cachorros.

He visto amanecer noches y atardecer días, títeres manejados por cabezas borrachas, manos descoordinadas, muñecos de las horas buscando paredes en las que apoyarse, huyendo de esquina en esquina, buceando en váteres de algún tugurio expulsando el alma en cada arcada, vomitando letras, palabras, frases sin sentido que chocan con la lógica y golpean a la realidad.

He visto soles y lunas, soles y lunas aparecer y desaparecer fugazmente, ultra maratón de tiempo que no se puede recuperar, visión cardiaca que acelera sin límite, sin pisar el freno, salto al vacío con paracaídas disfuncional.
He visto cadáveres andantes, muertos que siguen vivos por un último intercambio, cementerio diario, atmósfera rancia que cubre los techos, temblores, sudores fríos, agitación y otro día más con vida, por eso lanzaremos unas monedas.

He visto largas colas de tráfico entrar en narices alienadas saltándose todos los semáforos en rojo, circulando por cuadros con imágenes de niños pequeños y pasando de conductor en conductor siempre por la misma calle, policía ineficaz que hace la vista gorda como gordas son sus faltas de sensibilidad.

He visto la carretera del infierno de Dante, que baja y baja entre luces de neón fundidas hasta las entrañas de mastodontes olvidados, okupados por caravanas con contraseña y pantallas, juegos y fuegos, bandejas y metanfetamina, criminales a través de los cristales, culos apretados, guantes, drogas y modas.

He visto hundirse en bañeras a gigantes máquinas de sueños derrotadas que imploran por una nueva vida, que se ahogan en las profundidades de 40 centímetros de agua tibia, desnudas y esperando un milagro que nunca llega, cuando el que nunca llegue es el verdadero milagro.

He visto a los hijos de lo químico y a los hijos de lo pobre acurrucarse en las gélidas noches de enero bajo puentes y túneles escurridizos, respirando dióxido de carbono y mezclándolo con cartones de vino barato y jeringuillas eternamente enfermas.

He visto una cara y una mano simple, he visto un saludo cualquiera que pasaría desapercibido de no ser por la jodida rueda de hámster que todos llevamos dentro y que se pone a dar vueltas cuando uno menos se lo espera, bicho del demonio que no para cuando se le ordena.

He visto salir de la boca del lobo día sí día también a todos mis enemigos, pocilga de cerdos mal paridos, parásitos sociales que nunca debieron conocer este mundo, rostros deformados por la ignorancia del que no sabe ni pronunciar su nombre, bolsas de mierda decrépita que la vida se encargará de maltratar a su gusto.

He visto que todos los enemigos se convierten en uno, imagen grabada a fuego lento que tortura, que aprieta haciendo estallar cada arteria del cuerpo entre gemidos de dolor que no escucha nadie más que yo, payaso esquizofrénico que se repite una y otra vez sin descanso, nube de humo que encharca los pulmones.

He visto tétricos cielos negros que empañaban el futuro del mismo color oscuro con los ojos abiertos.
He visto límpidos cielos de azul intenso, claros y puros cuando cerraba los ojos.

He visto que el sur nunca está donde uno cree y que cualquier mañana se puede perder el norte.

He visto como nace el odio, cómo se forma la rabia, cómo se cultiva la ira y la cólera, cómo crece el rencor y cómo se maneja el dolor, vacuna en jeringuilla con taladro por punta.

He visto como se consumía la vida en cada calada, nudillos en carne viva que tocan el rostro creando mares de sangre que resbalan por mejillas incautas.

He visto desde el balcón un perro cojo ladrando al jardín de la impotencia y la frustración, he visto a estas alzar la cabeza en mi dirección y lanzar un alambre de espino con intención de llevarme a su regazo, lazo metálico que se detiene justo antes de atraparme, reverencia cortés, invitación mortal, invitación aceptada.

He visto defunción subdesarrollada de último modelo compartida con vidas anónimas que desearías no haber conocido, habitación del pánico multiplicada por doscientos, sillón de púas en el que se concilia algo parecido al sueño, benzodiazepinas para cenar, nicotina de postre.

He visto que la muerte mira a la cara hasta que te acostumbras a verla, cubo de fregona lleno de bilis, blanco, azul, amarillo, rojo, corta en pedazos con cuchillo invisible, desestabilidad equilibrada, paseo diario antagónico que no suelta nunca el brazo.

He visto rojos milimétricos que podrían derrotar a titanes, sufrimiento diario, cuento de hadas de nunca acabar, cuento de hades de nunca acabar.

He visto cosas que nadie quisiera ver, mente enemiga y enferma que destroza sueños, inconsciencia incontrolable que turba la paz de cualquier yogui, realidad sin vida que hiere profundamente y deja amargo sabor a hiel.

He visto incertidumbre en espejos ajenos, ojos que dudan, llanto que no tiene consuelo, opciones poco razonables que mandan órdenes a cuerpos sin voluntad para satisfacer una última dosis que podría ser mortal.